Crear expectativas en un niño, debe ser uno de los
procesos más sencillos e inconscientes que vivimos los adultos. Empeñados en el
objetivo de mantener bajo control ciertas situaciones, solemos a apelar a
frases destinadas a seducir, que terminan jugándonos en contra.
Hoy, por ejemplo, debemos estar atentos a las promesas
que realizamos a Darío (además de las que hacen sus tíos y primos), de manera
de evitar un posible drama, derivado desde el incumplimiento.
Los niños, a los 3 años, están generando una fluida
administración de la memoria. Y nos sorprende cada día el hecho de que
recuerden hitos de su breve vida que los marcaron: la visita a un parque; lo
que ocurrió en él y qué es lo que comimos ese día…
A la Andrea no le gustan los fines de semana en casa. “No
quiero estar encuevada”, me dice siempre. Una preferencia que implica estar
inventando sábados y domingos alguna salida (entretenida o no), que nos lleve a
algún lugar, a hacer cualquier cosa.
Esa circunstancia, también genera expectativas. Y cada
mañana, temprano, después de pedirme a los gritos: “Papá, quiero mi
leche”…lanza otra frase de manera permanente: “¿Dónde vamos?
Al principio, nos reímos, pero la quinta mañana
consecutiva, entendimos que habíamos creado un “monstruo” de los paseos y las salidas,
y que el desafío sería permanente, en cuanto a la novedad de cada fin de
semana.
Justo ahora que escribo, son las 9.28 del sábado, y estoy
pensando ¿hacia dónde apuntaremos hoy el radar? ¿Seremos capaces de hacerlo
feliz hoy?
Hasta el momento, estas preguntas han tenido respuestas
satisfactorias, en parte, porque nuestro pequeño disfruta con las cosas
sencillas. Esas mismas que nosotros, como adultos, guardamos en nuestros
recuerdos. Tanto que al reencontrarlas, nos mandan de regreso en un viaje feliz
a la mejor infancia.
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