Todo comenzó con una semana recargada de
actividades. Mis clases estaban en receso, por las vacaciones de invierno,
cuestión que aproveché para programar un partido de fútbol semanal, junto a mis
amigos.
La primera semana, todo bien. La segunda, no
fue tan fácil. Ni hablar de la tercera, que significó que la Andrea cuestionara abiertamente mi idea de buscar espacios propios dentro del
matrimonio pero, sobre todo, dentro de la paternidad.
“Yo trato de dejar todo de lado por Darío”, me dijo. A
lo que yo retruqué: “Me parece bien, pero es tu decisión. Por mi lado, tengo la mejor
disposición para que también busques espacios para ti…un curso, días en el
gimnasio, lo que quieras”.
No sacamos demasiado en limpio de esa
discusión, aunque para mí fue una invitación para volver sobre un tema
relevante a la hora de traer un hijo al mundo. ¿Qué pasa con nosotros como
pareja? ¿Qué pasa con nosotros como individuos?
Estoy convencido de los equilibrios mandan en
esta vida. Y que se puede lograr una atención equitativa y valorable entre
esposa, hijos y uno mismo. De hecho, creo que encerrarnos sobre nuestros
afectos cercanos, no puede sino acarrear la lenta construcción de un vacío que
saldrá a la luz, precisamente, cuando nuestros hijos no estén.
“Es que no veo a mis hijos toda la semana,
¿cómo voy a salir por mi cuenta el sábado o el domingo?”, me decía una amiga el
otro día. Desde mi perspectiva, más que la cantidad de tiempo que pasamos con
los niños, se trata del cómo aprovechamos ese tiempo, para entregar cariño y educación
de calidad.
Estar al lado de los niños, mientras ellos
juegan, solo les aporta paz, pero no representa un cambio significativo en su
percepción. Involucrarse y proponer
juegos; programar y salir a un paseo con
foco y objetivos; conversar con ellos respecto de lo que ocurrió en el día.
Esas sí son cosas que marcan la diferencia.
Esta semana, la Andrea comenzó a practicar
yoga. No sé si lo hizo motivada por la discusión o silenciosamente convencida
por mis argumentos. Me ha puesto feliz que encuentre nuevos espacios, que son
solo de ella, sin que se sienta culpable por Darío.
Puede sonar dramático o exagerado, pero el
crecimiento de los niños es algo que para los padres pasa casi en un abrir y
cerrar de ojos. En ese sentido, los tiempos juntos son trascendentales, siempre que tengan un fondo. Mantener y cultivar intereses personales, en
algunos espacios planificados y consensuados, no solo nos proveerá de una
válvula de escape para posibles conflictos. También nos preparará para entender
la vida que vendrá cuando los niños ya no quieran ir a todas partes con
nosotros. O cuando, definitiva y justamente, decidan emprender el camino
propio.
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