lunes, 16 de enero de 2012

Cuarenta y Cuatro: Sacrificio

Hace poquito que un funcionario del aparato estatal chileno desató la molestia de las redes sociales, al declarar con desparpajo que “podría ganar mucha más plata en el mundo privado…estoy haciendo un sacrificio”.

Dice la Real Academia Española respecto del sacrificio (eliminando aquellas acepciones vinculadas a la matanza de animales):
5. m. Peligro o trabajo graves a que se somete una persona.
6. m. Acción a que alguien se sujeta con gran repugnancia por consideraciones que a ello le mueven.
7. m. Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor.
Parece lógico pensar que detrás de su decisión hay sensaciones de repugnancia, que surgen espontáneas, a la hora de verse criticado en su accionar. Ello, porque no hay peligro latente en el ministerio donde trabaja  y que no se desprende algo parecido al “amor” de sus declaraciones. Solo el hecho de referirse a una acción propia como “sacrificio”, le quita todo carácter de abnegado.
¿Cómo distinguimos hoy el sacrificio? Antes era más fácil, probablemente porque nuestras decisiones estaban mucho más influenciadas por el estómago que por la cabeza. Se notaba cuando alguien ponía su corazón en juego, descartando el peso de los argumentos más personales o egoístas. Ocurría, porque los contextos estaban construidos cerca de los límites, y estábamos más bien obligados a salir de la “normalidad”.
Son pocos los que hoy hacen sacrificios. Y creo que no me equivoco si digo que la mayoría podemos reconocerlos, cuando nos topamos con esas historias de familias que, con todas las dificultades por delante, han logrado sacar adelante la educación de sus pequeños; o esos niños que para llegar a su escuela caminan 30 kms. diarios; o aquellos padres que han dejado los pies en la calle, por la recuperación de algún retoño enfermo.
No es casualidad que nombrase tres ejemplos vinculados con hijos. La historia del funcionario estatal (independiente de si estamos o no de acuerdo con él), solo es un pretexto para hablar del concepto y recoger esa sensación latente hoy en día, de que traer niños al mundo es, en sí misma, una acción de sacrificio.
Desde mi humilde punto de vista, tener un hijo no es un sacrificio. Pero al ser padres, estamos automáticamente dispuestos a hacerlos, si es que nos viésemos enfrentados a esa posibilidad.
La labor paternal cotidiana de ningún modo es abnegada (etimológicamente, “la propia negación”). No representa en sí la negación de nuestra existencia y evolución como personas, sino todo lo contrario: se trata de una puerta inmensa para que ese crecimiento tenga lugar, pero de una manera distinta.
Al embarcarnos en la paternidad, (idealmente) lo hacemos en libertad y voluntariamente; contando con acceso a mucha más  información que la que tuvieron nuestros padres o abuelos.  En esa acción no hay vehemencia, sino convicción. Y algo que la RAE no recoge como la componente relevante del amor (según este humilde escritor y papá): la voluntad.

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