Hace algunos días recibí
en mi correo electrónico una invitación para participar de una charla-taller
acerca de la “Confianza”. Interesante tema para una época marcada por el
ejercicio completamente contrario, en el que personas y situaciones nos merecen
dudas simplemente por una costumbre adquirida y extendida.
Recomendamos a otros
pensar dos o tres veces antes de creer en los demás, pues más de alguna vez nos
hemos sentido engañados, estafados o perdidos, por haber sido demasiado
crédulos. ¿Cuántas oportunidades de ser un poco más felices, habremos perdido
en la vida, basados en esta actitud?
Es tiempo de escepticismo
a nivel personal, aunque paradójicamente, a nivel de masas estemos creyendo
cada día más en teorías de conspiración o alternativas de salud sin sustento
científico. ¿Será que necesitamos aferrarnos a algo, cuando nos hemos venido
desapegando de todo?
Los niños solo conocen la
confianza. No existe en su corazón tal cosa como la traición o las
expectativas. Se entregan de lleno a la vida, sin analizar porcentajes o
posibles consecuencias. Cuando están en brazos, los bebés hacen movimientos
repentinos o violentos, sin medir consecuencias, como si supieran que sus
padres siempre estarán ahí para protegerles de una caída.
Los pequeños de 8 o 9 años
se encuentran en cualquier lugar: un matrimonio, un cumpleaños, una plaza, y
son capaces de entablar rápidamente una relación fluida, que les permita jugar
juntos y disfrutar de un rato agradable, aunque quizá no se vean nunca más…
De adultos juzgamos y
prejuzgamos; ponemos condiciones; nos complicamos cuando en un lugar hay
alguien que no conocemos; nos asustamos si nos habla alguien en la calle.
Vivimos una permanente tensión con los demás, en que vamos calculando la dosis
justa de nuestra entrega. Porque no vaya a ser que suframos una desilusión…
Qué falta nos hace volver
de vez en cuando a la infancia y vivir un poco más de acuerdo a la
circunstancia y menos en torno a la consecuencia. Qué ganas de estar haciendo y
decidiendo desde el estómago y menos desde las malas experiencias. Qué ganas de que, al menos por un ratito,
todos volviéramos a tenernos confianza.
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