viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuarenta y Uno: Navidad sin Pedales

Comprenderán que han sido días algo agitados, estos de fin de año. Por eso, la ausencia prolongada de este Papá (casi en rodajas). Entre regalos, corridas, celebraciones, cenas de cierre de proyectos, y otras menudencias, he tenido la oportunidad de visualizar, sin querer, situaciones de un pasado maravilloso en que, como niños, disfrutábamos de una vida sencilla, pero querible.

Esto, a propósito de la obsesión de mi madre por convertirse en ayudante de Santa y su desesperada búsqueda de un regalo para Darío...El más especial que puedan imaginarse…nada más y nada menos que un auto a pedales. ¿Saben lo difícil que es encontrar hoy uno de ésos?

Todavía en su memoria está la imagen del auto que ella misma encontró para mí. Un auto rojo de lata, en el que yo me sentía Nikki Lauda y sobre el cual gané numerosas carreras a mis amigos del pasaje en que vivíamos. Lo recibí una Navidad, también, y se fue junto con un montón de otros juguetes, cuando pasó el camión de la basura, sin que yo estuviera para defenderlos (me sigue costando desprenderme de las cosas con las que me encariño).

Si no estaba sobre el auto, estaba con el resto de los niños jugando un partido de fútbol, o sentados en la entrada de cualquiera de las casas, con un tablero, dados, fichas y billetes de Monopoly.

Las cosas, hoy, han cambiado “un poco”. Y no quiero hacer juicios respecto de si esas transformaciones han sido para “mejor”, o para “peor”. Simplemente, han ocurrido, y quienes hoy nos enfrentamos a la paternidad, debemos estar preparados para actuar con equilibrio frente a las aficiones de “gusto masivo”, impulsadas hoy por el mercado: celulares, consolas de juego, ipods, entre otras cosas.

Ni hablar de los autos a pedales. Hoy son parte del pasado, pues las jugueterías los reemplazaron hace rato por autos a batería, en los que los niños presionan un botón y avanzan y retroceden. Para este papá de “vieja escuela”, se trata simplemente una herejía, pues estos vehículos no estimulan ni un mínimo de esfuerzo por parte de los párvulos. Pero ve y explícale eso a ellos…

Bueno, en definitiva, acompañé a mi madre en su empresa, pero los resultados no fueron exitosos. Encontramos dos autos: uno era muy caro, hecho por un artesano a partir de vehículos abandonados (¿alguno sería el mío?); el segundo, lo hallamos en el sector de Santiago más especializado en bicicletas y rodados…era el único…pero a mi madre no le satisfizo.

En fin, al parecer la Navidad del Tercer Milenio no tiene pedales y el desafío paterno está en buscar nuevos nichos de juguetes y accesorios que remuevan esas neuronas casi vírgenes, ansiosas de un buen uso…Por mi lado, sugerí a mi madre un teclado, en virtud del gusto que demuestra Darío por la música…y, a pesar de que quedó muy frustrada por no lograr su primera intención, tomó mi sugerencia y, creo, le fue bien. Hay que tener en cuenta que los niños no tienen foco y que el regalo que menos interés les despertó el 25 de diciembre, puede perfectamente convertirse en el juguete más querido.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuarenta: El Entusiasmo

Tal como una relación de pareja, la paternidad va tomando la forma de una carrera sin final en la que, más que llegar primero, importa mantener un ritmo constante, parejo, que evite cualquier merma en la calidad de nuestro desempeño.

Suena sencillo, pero nuestra propia humanidad se convierte en el obstáculo más grande para superar. Está en nuestra naturaleza aquello de los estados de ánimo cambiantes que, mezclados con nuestro carácter, van impactando en cada decisión que tomamos y, especialmente, en eso que llamamos entusiasmo.
Nos reímos con los niños, porque se aburren fácilmente con cada actividad que emprenden y, al fin y al cabo, a nosotros nos pasa lo mismo (con ciertos matices).

Hay lunes en que nos sentimos incapaces de cualquier cosa, y algunos viernes en que estamos dispuestos a desafiar a todo lo que se interponga entre nosotros y nuestros sueños.
Cambiamos, dentro de una estabilidad general que nos caracteriza. Cambiamos y, a veces, no nos da el ánimo –ni el cuerpo- para sentarnos a jugar con nuestro hijo o para tomar un libro y leerle una historia. Hay veces en que, simplemente, quisiéramos tirarnos sobre una cama y ser atendidos porque creemos merecerlo.

Pero sucede que, por una u otra razón, estamos solos con él. Nuestra pareja sigue trabajando; salió con sus colegas a la despedida de alguien o está en otro lugar de la casa, haciendo algo necesario e indispensable.  No tenemos más remedio que respirar hondo, recuperar fuerzas (no me pregunten desde qué lugar) y pensar que el “show debe continuar”.
El entusiasmo, por ende, se puede (re) construir. Los padres –rápidamente- aprendemos que no necesariamente es espontáneo…que se puede trabajar mentalmente sobre nuestra energía y entregar lo que nuestros hijos nos exigen de manera inocente.  Y muy justa.

Ya sé lo que piensan. Es fácil escribir sobre esto…al menos, mucho más que llevarlo a la práctica. Soy consciente de aquello y creo, además, este texto me ha resultado como una suerte de ejercicio de reflexión postergada. Una que seguramente no haré la próxima vez que esté cansado.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Treinta y Nueve: Detalles

Tal como la canción de Roberto Carlos, me gustaría hablar simplemente de detalles. No estamos acostumbrados a reparar en ellos, pero es increíble cómo los valoramos y cómo cambian nuestra percepción de las cosas.
Sucede de manera inconsciente. Esto, porque no estamos pendientes todo el tiempo de los detalles que esperamos, pero sabemos reconocerlos inmediatamente cuando estamos frente a ellos (suena muy parecido a aquello que llamamos felicidad, ¿no?).

Los niños son detallistas en extremo. Cuidadosos de un entorno cuyas características ignoran, dan cuenta de todo aquello que nosotros ya no somos capaces de ver.

Darío está entrando en una exquisita etapa de descubrimiento, en la que relaciona las palabras, con las cosas (no te olvido, Foucalt) y, como padre, debo estar atento a sus requerimientos constantes respecto de los nombres que tienen las cosas que le llaman la atención.

Y muchas veces, cuesta. Porque estoy con la cabeza en otra parte; porque estoy mentalmente agotado y la razón que más se repite: porque he visto tantas veces lo que Darío me muestra, que no logro ver su “gracia”. La fuerza de la costumbre…como la canción de Metallica…triste, pero cierto.

Pero él insiste y eso me obliga a salir de mi letargo. ¡Cuánto lo agradezco! Gracias a su tesón inclaudicable (propio de una imaginación ilimitada y naif) me he vuelto a encontrar con las cosas en su real dimensión. Y con incredulidad me he sorprendido disfrutando de la simpleza que tienen gestos como abrir una puerta o ventana;  perseguir pompas de jabón en el patio o presionar el botón correcto en un ascensor.

¡Que alguien nos devuelva la capacidad de asombro! No la perdimos por el progreso, no nos engañemos. La perdimos al cambiar nuestras prioridades de vida y concentrarnos en nuestro propio interés (no solo monetario). La perdimos sin, siquiera, luchar por ella. Quizá porque no teníamos ganas, o porque en la batalla cotidiana por el sustento, nos topamos con realidades duras, que nos petrificaron al punto de olvidar gran parte de las cosas que nos hicieron soñar.

¿Les cuento algo? No es fácil, pero se puede volver. Basta contar con la intención y, por cierto, contar con una “pequeña” y adecuada ayuda…