Eran las señoras de antes las que hacían ese tipo de
juicios. Bueno, ahora que son abuelas o bisabuelas, lo siguen haciendo. “Esteban
es un buen papá. Se preocupa tanto de los niños”, suele ser su frase típica en
una conversación en que cuesta ser contraparte. ¿Qué puede decir uno? Me
encantaría preguntar por el criterio implicado en ese juicio, pero qué va. Uno
asume, finalmente, que se trata de una opinión anclada en otra época.
¿Qué es ser hoy un buen papá? La pregunta es fácil, las
respuestas difíciles. Desde mi humilde perspectiva, hay una diferencia notable
entre destacar como papá en una cultura en que la paternidad es precaria y
realmente hacer el trabajo de ser padre, con todo lo que ello implica en la
vida de un hijo/a (o hijas/os).
¿Qué tan buen papá es alguien que comparte con sus hijos
los fines de semana, porque llega tarde de lunes a viernes? Podríamos decir que
es buen papá, porque hay un porcentaje inmenso de hombres que ni siquiera
tuvieron la dignidad de quedarse a aprender a serlo. Todas/os conocemos a
alguien, amiga o familiar, que es mamá en soledad, porque nunca más vio al
responsable biológico del niño/a. Somos un país de “abandonadores”, una
tendencia lamentable de América Latina, en general.
¿Es una buena mamá la mujer que comparte con sus hijos los
fines de semana, porque llega tarde de lunes a viernes? La sociedad en que
seguimos viviendo dirá que es una pésima madre; que los hijos son su prioridad;
que no tiene la naturaleza de la maternidad. Cruel, pero cotidiano. Eso pasará
incluso si el padre fue el que asumió ese rol. Una mayoría (no todos baby
boomers), dirá sobre él: “pobrecito, está haciendo un rol que no es el suyo”. Y
agregará “que gran papá es”. Y a ella, en su próxima entrevista de trabajo,
alguien le preguntará “¿tiene hijos o desea tenerlos?”.
Yo llevo casi 11 años de papá; he dedicado horas, días y
semanas de mi vida a trabajar en mi paternidad para estar a la altura. He
escrito durante 8 años este blog, pensando en compartir experiencias, visiones
y urgencias del rol. Publiqué un libro y me invitan frecuentemente a hablar
sobre crianza desde el punto de vista masculino. ¿Soy un buen papá? En lo
absoluto. Sí puedo decir con certeza que dejo el alma en el esfuerzo. Que lo
disfruto.
Hoy tengo más claro que antes, que sigue habiendo voces critican
y no entienden la lógica de roles que tenemos con mi compañera de vida. Y es que
no hay lógica. El que tiene la posibilidad, asume la responsabilidad. Y lo hace
pensando en el bienestar de todos, no en el propio. Y eso sí que lo cuento con
orgullo, ¿cuántos hogares en este país pueden decir lo mismo que decimos
nosotros? En realidad, muy pocos. ¿Cuántos logran sostenerlo en el tiempo? Menos
aún.
No sé quién es “el buen papá”. Pero sí tengo claro que no
es aquel que cumple medianamente bien los roles “históricamente femeninos”,
como lavar la loza o cocinar. Lo que hace, en realidad, es lo mínimo que uno
espera de alguien que trae un hijo al mundo. De hecho, también diría que es lo
mínimo que uno espera de alguien a quien eligió como pareja. Aunque ¿quién soy
yo para criticar las razones de cada uno para decidir con quién hacer su vida?