viernes, 21 de diciembre de 2012

Sesenta y Cinco: Déjalo Ser (las posibilidades son infinitas)



La verdad es que tenía ilusión de escribir sobre esto algún día, sin embargo, es muy distinto hacerlo cuando se ha vuelto un deseo cumplido.

Siempre había postulado (y lo sigo haciendo) que los niños están disponibles como terreno fértil para el estímulo que queramos sembrar en ellos. De esta manera, me niego a creer que haya alguno marcado desde el nacimiento como "malo para leer" o "limitado para las matemáticas"; "poco dado a los deportes" o incluso, "desafinado".

"Los niños son esponjitas", dice la Andrea. Lo dice refiriendo al cuidado que debemos tener de no dar malos ejemplos. Bueno, esa premisa también funciona en sentido contrario....y todo aquello a lo que ponemos pasión y cariño, es emulado por los pequeños de la misma manera e, incluso, con más ganas.

"Música, música, música...", fue una de las primeras palabras que me esmeré por enseñar a Darío, con éxito relativo. Más me concentré en que escuchara mucha música, desde su concepción y luego interviniendo sus espacios y juegos con sonidos.

No pasa nada en casa si no hay música. Y él lo sabe...es capaz de "escuchar" el silencio y buscar con intensidad aquellas notas que nos acompañen en lo cotidiano. Pasamos por lo clásico (varios meses disfrutamos de "Bolero", de Ravel); fuimos a lo infantil (y desde las canciones tradicionales llegamos a Mazapán), hasta que hace más o menos 3 meses, ha descubierto a mi banda favorita de la vida (para mí, la mejor de la historia)

"Let it be" ha sido el disco puerta de entrada para Darío hacia el maravilloso mundo de los Beatles. Y el goce que demuestra cantando y bailando cada uno de sus temas, sinceramente, me emociona. Son las canciones que me hicieron compañía en épocas importantes...son la banda sonora de mi anhelo de guitarra, escenario y rock and roll.

Una y otra vez suenan los discos de los Beatles en casa, todos los días.Y hasta a la Andrea la he sorprendido tarareando en la ducha o la cocina, a pesar de que nunca le hab.ían llamado la atención. Por mi lado, vuelvo a descubrir cosas...y vuelvo a sentirme vivo, disfrutando junto a mi hijo...

Son apenas 3 años y siete meses, pero la energía concentrada en ese pequeño cuerpo es incontrarrestable. Darío sigue disponible para más y nuevos estímulos, para escuchar y enganchar con lo que yo pueda proponerle (lo que es una gran responsabilidad). Porque confía en mí. Porque si conmigo descubrió a los Beatles, todo podría pasar…

viernes, 7 de diciembre de 2012

Sesenta y Cuatro: Es muy triste



Dicen que una de las competencias relevantes para desenvolverse con éxito en esta época  tiene relación con nuestro lado emocional. Sucede que después de muchos años de obsesión con el “contenido” y la “información”, el mundo cayó en la cuenta de que existían ciertas capacidades y habilidades que no se estaban enseñando ni en la escuela ni en la universidad, y que estaban marcando la diferencia.

Junto con ese descubrimiento, nos saturaron de nuevas teorías y conceptos, desde la Inteligencia Emocional hasta el Liderazgo, intentando dar con la fórmula que permitiera suplir las brechas que muchos tenían en términos de su manejo interpersonal.

Independiente de la visión que cada uno tenga respecto de estas teorías, hay una cuestión concreta y tangible: hubo un paradigma que se modificó y hoy las emociones  (así como su control y manejo) han adquirido un protagonismo que para muchos puede ser incómodo.

¿Cómo funcionan las emociones en los niños? A través de Darío, he podido darme cuenta de que –igual que con el lenguaje- están en un permanente aprendizaje.  Y también he notado que, de manera natural e inconsciente, los adultos estamos pendientes de lo que sucede en relación a su ¿corazón?...e incluso, limitamos ciertos ámbitos de su reacción frente al mundo.

“Es muy triste”, me dice Darío cada vez que ve Toy Story 2 y Jesse, la vaquerita, canta la canción con la historia del abandono que sufre de su antigua dueña.  La Andrea corre a explicarle que se trata de una tristeza pasajera, que después ella estará feliz con Andy y sus amigos…

Mi posición –y se lo he dicho a la Andrea varias veces- es que prefiero dejarlo sentir aquello que el reconoce como espontáneo. De alguna forma, creo que su aprendizaje en este sentido se verá potenciado si le toca enfrentar varias y diversas situaciones, sobre las cuales hará su propio juicio. Uno que no tenga nuestra carga emocional.  

Personalmente, creo provenir de un mundo más triste que “alegre”. Y mi propio proceso de reconciliación con estas emociones, me llevó varios años y dificultades que hoy recuerdo con cariño. Con la ternura de quien logra mirarse ignorante e incompetente, pero consciente de que hubo procesos necesarios, casi imprescindibles, para ser el que soy ahora.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Sesenta y Tres: ¿Por qué me pegas?



Mis padres jamás utilizaron violencia de ningún tipo hacia mí, durante mi crianza. Hubo rigor, es cierto, pero representado por la exigencia, la insistencia y la expectativa. Jamás por un golpe o una mala palabra. Ello, a pesar de que durante la época en que ellos crecieron, la situación era bastante distinta.

Creo que lo había mencionado en algún episodio anterior, pero lo repito: jamás le pegaría a Darío. De hecho, nunca le he pegado a nadie. No creo en la violencia ni como solución, ni como herramienta para conseguir cosas.

"¿Por qué me pegas?", dice Darío por estos días, repitiendo la pregunta que la Andrea le hace cada vez que reacciona con violencia frente a una orden o advertencia nuestra. Sí, el chico tiene su genio y veo muy probable que deba aprender a lidiar con la frustración, como muchos hemoss debido hacerlo durante nuestras vidas.

Darío es de ideas fijas, y modificar algunos de sus objetivos se vuelve, por estos días, una tarea que requiere paciencia y recursos sicológicos que, probablemente no nos estamos dando el tiempo suficiente para incorporar.

¿Qué quiero decir con esto? Simplemente, estoy asumiendo por completo la responsabilidad inherente a la educación de un niño, con sus satisfacciones, pero también con sus dificultades. Así también, me hago cargo de los manotazos y pataletas asociados a sus crisis de ánimo.

Administrar las emociones es una misión sin edad, para los seres humanos. Ello, pues por mucho que quiséramos que fuese así, el mal genio o lo irascible no "se hereda". Siempre, se trata de una decisión nuestra, el dejar fluir o contener las reacciones que tenemos frente a tal o cual suceso.

¿Por qué me pegas?, en todo caso, es una buena señal. Es la manera en que Darío nos da a entender que está internalizando una idea; y analizando las consecuencias de seguir adelante con un paradigma propio, o someterse al que debemos proponerle de manera seductora.

Mientras, la frase sigue dejando helada a la Andrea, pues muchas veces la repite frente a ella y en público, ante la mirada inquisidora de personas que quién sabe lo que pueden imaginarse. Para ustedes, que ya nos conocen, las explicaciones sobran.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Sesenta y Dos: ¿Dónde vamos?


Crear expectativas en un niño, debe ser uno de los procesos más sencillos e inconscientes que vivimos los adultos. Empeñados en el objetivo de mantener bajo control ciertas situaciones, solemos a apelar a frases destinadas a seducir, que terminan jugándonos en contra.

Hoy, por ejemplo, debemos estar atentos a las promesas que realizamos a Darío (además de las que hacen sus tíos y primos), de manera de evitar un posible drama, derivado desde el incumplimiento.

Los niños, a los 3 años, están generando una fluida administración de la memoria. Y nos sorprende cada día el hecho de que recuerden hitos de su breve vida que los marcaron: la visita a un parque; lo que ocurrió en él y qué es lo que comimos ese día…

A la Andrea no le gustan los fines de semana en casa. “No quiero estar encuevada”, me dice siempre. Una preferencia que implica estar inventando sábados y domingos alguna salida (entretenida o no), que nos lleve a algún lugar, a hacer cualquier cosa.

Esa circunstancia, también genera expectativas. Y cada mañana, temprano, después de pedirme a los gritos: “Papá, quiero mi leche”…lanza otra frase de manera permanente: “¿Dónde vamos?

Al principio, nos reímos, pero la quinta mañana consecutiva, entendimos que habíamos creado un “monstruo” de los paseos y las salidas, y que el desafío sería permanente, en cuanto a la novedad de cada fin de semana.
Justo ahora que escribo, son las 9.28 del sábado, y estoy pensando ¿hacia dónde apuntaremos hoy el radar? ¿Seremos capaces de hacerlo feliz hoy?

Hasta el momento, estas preguntas han tenido respuestas satisfactorias, en parte, porque nuestro pequeño disfruta con las cosas sencillas. Esas mismas que nosotros, como adultos, guardamos en nuestros recuerdos. Tanto que al reencontrarlas, nos mandan de regreso en un viaje feliz a la mejor infancia. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Sesenta y Uno: "No, tú no"



Fue en la fiesta de cumpleaños de Ignacio, el hijo de una amiga de hace años, que me llevé el último tema para pensar, en cuanto a mi rol de padre. No es que uno esté todo el rato analizando el entorno…es solo que la sensibilidad, respecto de algunas situaciones, se vuelve más fina. En la práctica, al tener hijos, vemos cosas que antes eran invisibles.

Era una tarde soleada, que resultó perfecta para que los niños jugaran en el jardín del edificio en que vive nuestra amiga, quien puso a disposición de los chicos uno de estos maravillosos juegos inflables, que les pueden mantener ocupados y felices durante horas.

La cosa es que Darío rápidamente entró en la dinámica de los cerca de 15 chicos que subían y salían vía tobogán, desde esta estructura, interactuando de manera bastante cautelosa con ellos, muy en su estilo (en esto, probablemente, se está pareciendo bastante a mí).

Cauteloso y observador, de todas maneras hubo de enfrentar en algún momento, un desafío que no tenía considerado. Podríamos hablar de un “pequeño” desafío, pues fue propuesto por un niño algo menor en edad y envergadura a mi hijo.

Se trataba de Cristián, a quién su madre observaba desde una posición similar a la mía, a unos cuantos metros del inflable, siempre pendientes de cualquier inconveniente que pudiese ocurrir con los niños.

Primero fue una patada al bajarse desde el tobogán, sin mirar quién podía estar abajo. Darío se quejó, pero con hidalguía siguió adelante con su entusiasmo tradicional. Luego, un encuentro frente a la forma de “caballo”, sobre la que todos habían querido montarse…

“No, tú no”, le dijo Cristián a mi hijo, apartándolo con la mano. Pronta reacción de la madre y una advertencia para que dejase a los demás participar de la entretención. Efecto inmediato, pero efímero, pues desde el suelo –y con la cabeza- empujaba a Darío, evitando que pudiera subirse.

La frase y la acción me dejaron perplejo. Es verdad, son niños y estas cosas ocurren, cómo no recordarlo, si también tuvimos la misma edad en algún momento. Sin embargo, mi reflexión fue un poco más allá: ¿De dónde saca un niño de 3 años una expresión como “no, tú no”? ¿Es una actitud natural frente a un deseo irrefrenable? ¿O responde a un contexto de fondo?

En los tres años y algo de Darío, no recuerdo haberle escuchado una declaración similar. Sí le he visto frente a varios predicamentos, cuando se trata de compartir un juguete con otro infante. Una cuestión que todavía está aprendiendo a resolver, buscándonos con la mirada. Pero una actitud desafiante y concreta, como la de Cristián, de veras no la recuerdo.

Díganme exagerado, pero que un niño de 3 años descarte a otro de manera tajante, me parece delicado. Es más, siento que es muy probable que dicha actitud responda a algo que no estamos identificando como padres, pero que el pequeño sí reconoce como correcto o, peor aún, como “habitual”.

Un argumento más, para esa lección que siempre estamos “repasando”: que estamos todo el tiempo en vitrina; que hay pequeños corazones mirando y juzgando cada cosa que hacemos…y siempre, con una alta probabilidad de imitación.





miércoles, 3 de octubre de 2012

Sesenta: Papá, ¿Estás bien?



El vértigo de esta época muchas veces me ha sorprendido en “modo automático” cuando, llegando a casa desde mi trabajo, me aboco a la labor de dar la cena a Darío, vestirlo, bañarlo y acostarlo.

No es que me ocurra siempre. Solo que soy consciente de que hay días en que mis capacidades están muy cerca del límite y resulta infructuoso luchar contra el estado de agotamiento en que me dejan algunas jornadas intensas.

Y como las muestras de destrucción física y anímica son evidentes, es inevitable que Darío me observe con extrañeza, intuyendo que algo no anda como de costumbre.

De esta forma, ante un profundo suspiro o un laaaaaargo quejido de mi parte, él hace un alto en sus actividades habituales (jugar con trenes; armado de rompecabezas u bailes desenfrenados junto a la música de “Tarzán”), me mira con compasión y me dice: “Papá, ¿Estás bien?”

Hay pocos bálsamos que recuperen el cuerpo (y la mente) de una manera tan rápida y efectiva, como esa breve frase, emitida desde la inocencia, pero también desde el conocimiento adquirido respecto de mí y la forma en que me comporto cada tarde.

Darío ya sabe que existe una dinámica cotidiana, en que él se va al Jardín y luego a casa, mientras mamá y papá  tienen que ir a trabajar. Y que hay dos días especiales cada semana, en que “el jardín está cerrado”…en los que “los papás no fueron a trabajar”…y en los que el tiempo (por lo bien que la pasamos), se pasa más rápido que de costumbre.

Romper esa rutina ahora, marca la diferencia. Y no podemos desaprovechar las oportunidades para hacerlo. Ya me lo decía una de las “tías” del Jardín, una vez que me pedí el día y pasé a buscar a Darío en persona: “a veces, vale la pena hacer algunos esfuerzos, cuando se puede”, me dijo, sin intención de condenarme por mi estilo de vida, sino que más bien, ayudándome a abrir mis sensores al momento que estaba viviendo.

La emoción en su rostro y el abrazo que me dio, dijeron mucho más acerca del gesto, que aquello que yo podía haberme imaginado.  Y estoy seguro, por lo que les contaba antes, de que él tenía –y sigue teniendo- muy claro lo que pasa por mi corazón. En ese momento, no podía estar mejor.