jueves, 31 de marzo de 2011

Seis: El Tiempo Recobrado

Este año no tuve vacaciones. No viene al caso explicar el por qué, pero no es primera vez que me ocurre. También postergué el merecido descanso a propósito del embarazo de la Andrea. No me cabía en la cabeza que legalmente los padres solo tuviésemos 5 días de “posnatal” (debía golpearme con una roca en el pecho, que la empresa en que trabajaba agregaba 2 días más).

¿Qué puede hacer un hombre en 7 días, para reponerse de una de las emociones más grandes que entrega la vida? Poco, en realidad. Y es cierto, no tenemos la labor de alimentar al recién nacido, pero comer no es el único verbo que conjugan los pequeños. También lloran, se mueven, se aburren, hacen sus necesidades y, sobre todo, sorprenden. Cada uno de sus gestos es una novedad para nosotros, los padres, cuya presencia les aporta seguridad y cariño.

Ni hablar de lo que significa para una mujer afrontar esos días en casa, sin compañía (y muchas veces, sin “nana”, como elegimos hacerlo nosotros). Que las mudas, que las mañas, que la famosa “libre demanda”…a la segunda jornada, la Andrea estaba destruida (al principio, solo estuve part time, mientras entregaba los pendientes laborales). Y la comparación con la clínica es fatal: enfermeras que atienden a mamá y bebé y que hacen todo rápido y a la perfección.

Sí, postergué el “feriado legal” para agregarlo a los siete días y completar un mes en casa, después del alumbramiento. Creo que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida, pues me permitió generar un lazo estrecho con Darío…uno tan profundo, que solo reconocemos ambos al mirarnos. Independiente de ese capital intangible y eterno, fueron cerca de 35 días de capacitación permanente: dos aprendices en el arte de la puericultura, sin un profesor a mano. Comprenderán que fueron días que tuvieron momentos de felicidad, descubrimientos, peleas (muchísimas), vigilias obligadas, turnos…que terminaron por dejarnos como una pareja al borde de la crisis, pero paradójicamente, muy cerca de conocernos de manera integral...

Gracias, Jefe, por entender mi sueño, aceptarlo y ayudarme con las soluciones para mi ausencia profesional. Uno tiene claro que nadie es indispensable, pero es difìcil cuando planteas laboralmente una desaparición tan prolongada. Tuve suerte, y mucha, de estar en un momento especialmente ideal como para que todo fluyera de acuerdo a cómo lo había imaginado tantas veces.

Gracias, Madre, porque cuando todavía estaba dejando mis labores, estuviste con la Andrea para prestarle brazos y paciencia durante dos días. De paso, controlaste la histeria y los nervios propios de una situación desconocida. Con un "cliente", hay que decirlo, absolutamente explotador y demandante.

Gracias, Andrea, porque no está en mi naturaleza la lógica de un bebé, y tuve que aprenderla. Me deleité viendo despertar en ti el espíritu de madre y acepté como un cordero tus retos y gritos. A cambio, pude regalarte algunos tiempos de preciado descanso y palabras de aliento.

Gracias, Vida, por las mil canciones que entoné; por los 150 elefantes que se balanceaban todos los días sobre la tela de una araña; por la Cuncuna Amarilla y el Caracol Agustín; por las veces en que, rápidamente, debí mudar a Darío porque se había empapado hasta el cuello; por las lágrimas que derramé cuando entendí que ya me identificaba...Y, bueno, gracias también por la angustia. Ya hablaré sobre la permanente, pero deliciosa, angustia de ser padre...

viernes, 25 de marzo de 2011

Cinco: Abracadabra


Fue en un local de Pizza Hut que Andrea me reveló su secreto. Septiembre, el mes. Yo no estaba para nada bien por entonces, pues el tema de la paternidad pendiente comenzaba a mermar mi fe, mientras todos los caminos llevaban hacia el laboratorio.

Sí, tras el último test negativo, tragué saliva y le dije a la Andreita que era necesario averiguar qué pasaba, probablemente, haciéndonos los exámenes respectivos. Lo dije inocentemente, no sabía que estaba lanzando una bomba de hidrógeno en el medio de nuestra relación…pero así no más fue.

Fueron días de silencio que respeté con sumo cuidado. El llanto derramado me parecía más que suficiente como señal de que el camino iba a ser escabroso. Por mi lado, trataba de convencerme del argumento que sostenía mi idea: quería tener certezas, por malas que fuesen, para buscar soluciones.

Sonaba sencillo, pero jamás estuve preparado para que un profesional de delantal blanco, en la soledad de una consulta médica, me dijese que no podía ser padre. Entendía que era una posibilidad, sabía que estaba ahí, pero no sé si la hubiese enfrentado de la mejor manera. El sueño era tan inmenso, que no me dejaba ver otra cosa.

Quería saber, me angustiaba saber, pues sentía que había otras salidas. Muchas veces hablamos de adoptar con la Andrea, veíamos chicos viviendo en malas condiciones en la calle y nos sentíamos tan capaces de acoger a uno con cariño pero, sobre todo, con la idea de convertirlo en una parte de nosotros, tal como si hubiese llegado a la familia de la manera “tradicional”.

Ya lo relataba en (Dos): hubo que hacer las cosas bien. Y como en una de esas historias garciamarquianas que leí tantas veces de joven, una tarde llamé a mi vieja y le dije: acuérdate de mí esta noche. No solía tener ese tipo de confianza con ella, pero esa suerte de “conciencia colectiva”, o cualquier fuerza intangible que estuviese al alcance podía llegar a ayudarme.

Yo creo que fue esa noche, nadie me lo saca de la cabeza. Será lo sureño de mi sangre, pero creo que hay cosas que uno no tiene por qué entender, pero que simplemente, ocurren…

Todo esto pensaba, casi en un segundo (como cuando dicen: “vi pasar mi vida por delante”), luego de que la Andrea hubiese sacado su celular, y casi distraídamente, me mostrara una foto...la de un test con dos rayitas de color claramente definidas. 

Comenzaba el tiempo de creer.


jueves, 17 de marzo de 2011

Cuatro: Despacio, que voy apurado

 ¿Ya comenté que embarcarnos en un embarazo no fue una decisión fácil? Bueno, es increíble cómo el deseo de lograr algo nos lleva por derroteros mentales impensados. Sentir que el tiempo corre y que se escapa la experiencia única de ser padre (y serlo joven), me puso ante circunstancias especiales. Viví varias y, probablemente, me quedan algunas por experimentar.

Cuando aún no recibía un "sí" de Andrea, bromeaba con ella, amenazándola que una noche iba a cambiar sus pastillas por dulces, en pos de mi objetivo. "Hazlo -decía seriamente- jamás te lo perdonaría". Y, si hay algo que he aprendido en los 10 años que llevamos juntos, es que no bromea con ese tipo de cosas.

De todas formas, me ponía a pensar en cuántos lo habrían hecho; correr ese inmenso riesgo en beneficio de su objetivo. Maquiavélico. En verdad, me asustaba la idea de perderla, aun cuando debiésemos postergar una y otra vez el sueño de ser padres. El costo de una decisión unilateral era, sin duda, inconmensurable.
Pensaba también en cuántas veces había ocurrido al revés. Mujeres que, por una u otra razón, decidieron embarazarse a propósito, sin que sus parejas pudiesen siquiera, alcanzar a opinar. Hombres que confiadamente se habían entregado a una simple noche de placer, con consecuencias inesperadas. El pensamiento irreflexivo del momento era ¿Por qué me había tocado tan complejo este tema? 

           Hubo conversaciones, tratativas, planificaciones. Ello pues, en general, mi vida se ha regido por etapas "correctamente" marcadas (como ya no se estila). Con la Andrea salimos, luego pololeamos varios años, nos comprometimos y luego, nos casamos. Quizá si lo único "no tradicional" fue irnos a vivir juntos un año antes de nuestro matrimonio. Pero lo hicimos cuando ambos estábamos con pega y teníamos ciertas seguridades (ya dedicaré líneas a esa obsesión de la generación de nuestros padres porque no corramos riesgos). 

Tras superar ese extenso proceso de negociación, en algún momento se tomó (lo digo así para que se entienda que fue conjunto) la decisión de comenzar a intentarlo. Época feliz, momentos de ilusión extrema y también de incertidumbre, porque todos te hablan de lo que significa tener un bebé, pero no logras jamás dimensionar cómo será en realidad.

Claro, habíamos superado la barrera más difícil. Por mi parte, gran satisfacción por los resultados de mi rol de lobbista emotivo, al aportar los elementos que derivaron en una nueva Andrea, dócil y enternecida por el porvenir (aunque siempre con los pies en la tierra). Aparentemente, tenía todo bajo control. O, al menos, todo lo que dependía de ambos.

Pero la vida tiene quiebres como de guión cinematográfico y resulta que un viernes, a eso de las 18 horas...temprano en casa...tomando un exquisito té y compartiendo unas tostadas, Andrea me dice: "me ofrecieron otra pega..."

Luego, silencio. Y después, lágrimas. Había que empezar a buscar, a la brevedad, un nuevo cargamento de paciencia y voluntad. Pero lo peor de todo (a varios años de ocurrido, lo tengo más claro que siempre), había que empezar una vez más, desde cero.



viernes, 11 de marzo de 2011

Tres: Poder no es querer

Mi madre tiene siete hermanos. Mi padre tiene cuatro.  Y no ocurrió así porque mis abuelos pertenecieran a algún culto, o no tuvieran nada mejor que hacer (de todas formas en su época no tenían Internet, cable o, siquiera, TV). Al parecer, en esos años, las decisiones del tipo "agrandemos la familia" eran más sencillas, más viscerales y menos planificadas.
Por cierto, las mujeres tenían otro rol en la sociedad. El 90% (si es que no más) estaba disponible y deseosa de convertirse en una amante y querendona dueña de casa, mientras su marido se encargaba del rol de proveedor. En la etapa previa a la decisión de ser padres, no existía el debate o el planteamiento de alternativas. Todo, simplemente, ocurría.
Las mujeres de entonces no eran ni más, ni menos felices. Su contexto de vida era radicalmente distinto al de hoy, donde esperan mucho más para sí, en cuanto a su desarrollo como personas (estudiar → profesión → trabajo), lo que hoy consideramos natural, sano y justo. El rol de la mujer contemporánea en el mundo ha sido un logro cuyos costos todavía el género sigue pagando y, desafortunadamente, se trata de una batalla aún en proceso (que de todas formas debe darse, ojalá con los mejores éxitos).
Sin embargo, el nuevo escenario ha endosado a nosotros, los hombres, grandes responsabilidades, que estamos recién en camino de asumir a cabalidad (comenzando con el nuevo rol de padre). Y, además, nos ha puesto en situaciones que nuestros padres o abuelos no vivieron y, por tanto, no comprenden.
Así como en (Dos) mencioné la relevancia del equilibrio en la relación fertilidad/tiempo como condición para una pareja joven que busca descendencia;  existe un problema adicional, anterior y mucho más complejo de resolver: ¿Está dispuesta mi mujer/pareja a tener un hijo?
Claro, si hubiese sido por mí, mi paternidad habría ocurrido un par de años luego de mi “upgrade” biológico. No contaba con que la primera vez que planteara mi deseo a mi pareja, más o menos, 10 años después, ella me diría: “¿Tú crees que para mí es muy sencillo tomar esa decisión?”. Afortunadamente no contesté lo que uds. esperaban (y que habría respondido la mayoría de mis congéneres). Muy por el contrario, intuí que debía ser astuto, casi un estratega, para lograr vencer esa barrera. Guardé silencio, escuché, pero sobre todas las cosas, esperé.
No había considerado, eso sí, con los innumerables obstáculos del camino: a) Las escasas amigas y familiares con hijos y sus frases del tipo “galla, el parto es horrible”; “estuve a dieta todo el embarazo”; “este rollo nunca más me lo quité”; “mira cómo me quedaron las pechugas”…b) La nueva hornada de docurrealitys televisivos con partos televisados sin censura y el sufrimiento en primer plano (gracias la “ayuda”, Home&Health)…c) El miedo natural a lo desconocido (y que madres de antaño sintieron, pero no tuvieron derecho a expresar)…
Ya saben que me fue bien con la estrategia (el nombre de este Blog me delata), pero quizá les interesa saber qué pasó en el camino…

(Será hasta el 18.03.11)

viernes, 4 de marzo de 2011

Dos: Ya no hay tiempo

El pequeño Darío (…no me juzguen, fue un nombre consensuado…), les contaba en la entrega anterior, nació tras un año de intentos, justo en momentos en que comenzaba a forjarse incipientemente una crisis entre mi mujer y yo por el tema.

En mí, el deseo de procrear se había convertido en obsesión, al punto de mirar con envidia a parejas que inesperadamente  recibían un hijo; y con verdadero odio, a aquellas madres que en el noticiario, aparecían dejando a sus bebés abandonados a las puertas de una casa desconocida.

Finalmente, Andrea se embarazó y descubrimos una verdad que nadie te dice: para ser padres, hay que hacer la “pega”…

¿Qué quiero decir con esto? El embarazo, como hecho biológico,  no es consecuencia del amor, sino de una serie de coincidencias físicas, concretas, que deben darse para que ocurra. ¿Parezco profesor? Bueno, la idea es que el lector que llegue a enfrentarse a esta circunstancia lo haga de la mejor manera: si ya está dispuesto a intentarlo, hay que “concretar” (muchas veces, sin ganas); hay que hacerlo de manera “integral” (no inconclusa, se entiende);  y hay que hacerlo en las fechas adecuadas, la mayor cantidad de veces posible. Por no hacer las cosas bien, una pareja puede terminar sufriendo por las puras…

El aspecto “fechas y cantidad” debe ser el más complejo bajo las actuales condiciones. El vértigo de la vida actual -no estoy contando algo nuevo- obliga a capacitarse de manera profunda en el ítem Administración del Tiempo. Si no nos encontramos como pareja salvo al despertar (a veces, ni eso), ¿cómo podremos hacer posible un embarazo?

El tiempo ahora vale mucho más que oro. Y la gente lo sabe. Como consecuencia de esta visión, embarazo y niños son vistos como una limitante para el libre desarrollo de deseos y sueños. O dicho en términos más sencillos: representan el final del “recreo”. Con ánimo descriptivo, más que inquisidor, me atrevería a decir que casarse (convivir, en definitiva) es hoy una opción tomada por quienes desean compartir un espacio, más que una forma de vivir.

Es así como, de manera cada vez más frecuente, nos encontramos con parejas que hablan de “mantener los espacios propios” (amigos, salidas, etc.); que toman vacaciones por separado; que rápidamente adquieren dos autos (para no depender el uno del otro).  ¿Libertad desatada? ¿Un nuevo concepto de la vida en común? Sea la razón que sea, ha impactado en la natalidad, haciendo un Chile más viejo, como la mayoría de los países europeos. Y en la práctica, quienes decidimos embarcarnos en esta aventura, nos hallamos cada vez más solos, aprendiendo de los errores propios, más que de nuestros pares…y bueno, también de nuestros padres, cuya voz siempre es digna de ser escuchada, aunque algunas veces esté teñida de una alta dosis de infalibilidad…

(...seguimos el 11.03.11...)