miércoles, 22 de agosto de 2018

Ciento Doce: No se puede vivir del amor


Así cantaba Calamaro en los 90, una canción del mismo nombre, que se transformó en uno de los hits de la época. ¿Era una ironía? “Las deudas no se pueden pagar con amor, mi amor”, decía en uno de sus versos y a la luz de nuestra experiencia de adultos, nada parece más cierto. Al menos, en cuanto a los costos que implica la vida.

Hoy quiero hacer otra lectura de esta notable canción. Una que dice relación con la capacidad que tenemos de convertir un sentimiento, en acciones concretas que logran encarnar lo que nuestro corazón dicta. O, en palabras más simples: ¿De qué manera se demuestra el amor?

“No se puede vivir del amor”, implica también que, como seres humanos, no podemos vivir solamente de intenciones. Necesitamos que los demás nos demuestren lo que sienten por nosotros, más allá de las palabras. Los discursos, por cierto, ayudan a construir una relación compartida, sin embargo, son las acciones las que van profundizando ese entramado. Y van anclando, inconscientemente, elementos que hacen que el “amor” (aquello que entendemos por amor, en realidad), pueda mantenerse en el tiempo.

Y vaya que hemos hablado del tiempo en este espacio. Lo hicimos en la última entrega, y creo que lo seguiremos haciendo en varias más, porque el tiempo es hoy, quizá más que en otras épocas, una de las medidas más concretas del amor.

Es difícil hacer cosas por los que queremos, si no contamos con tiempo, o no nos “damos el tiempo” para hacerlas. Es difícil que los otros valoren lo que hacemos por ellos, si estamos siempre haciéndolo “a la rápida”; “por cumplir”; o “cuando ya resolvimos todo lo anterior que creímos que era mucho más urgente”.

Amar es un desafío permanente, por ésta y por tantas otras razones. Ser pareja es entender que lo que sentimos por otro (y viceversa) en un proceso dinámico: se modifica por lo que estamos haciendo y ojo -muy importante- también por aquello que dejamos de hacer. Ser padres corre por la misma lógica: “querer mucho a nuestros hijos” es sin duda, hacer cosas junto a ellos, que puedan valorar y atesorar durante su crecimiento.

La dificultad principal surge porque el mundo, incluyendo a las personas con quienes nos relacionamos, es para nosotros una montaña de expectativas. Y es esa parte la que tiene que ver exclusivamente con nosotros, pues podemos administrarla, para no caer en el juego de la permanente desilusión. Ir por la vida “pasando factura” a los que no cumplen con lo que esperamos de ellos, es un camino al sufrimiento personal innecesario. Si nos cuesta cada día más hacer cosas por los demás, ¿qué hacemos juzgando a los que no las hacen por nosotros?

El clisé del “amor es como una planta que hay que regar todos los días”, no puede estar más vigente. Se ama cuando se deja de lado el espacio de bienestar personal, para regalar al ser amado parte de lo que somos. Suena como un enorme sacrificio, en una época en que parece que no estamos tan dispuestos a tanto y la felicidad personal está tan ligada a la satisfacción propia.

La renuncia o la capacidad de ceder a cosas o a ciertas situaciones por los demás, las estamos asociando indefectiblemente a una señal de debilidad; de auto-anulación; de pérdida de lo que reconocemos como ¿nuestra esencia? Puede que a veces estemos en lo cierto, pero por lo menos yo, a ese tipo de gestos les voy otorgando el beneficio de la duda.

Sentir felicidad con la felicidad del otro es una de esas cosas que, creo, todavía vale la pena vivir.