Tengo recuerdos maravillosos de mi infancia y agradezco
cada vez que puedo a mis padres, por hacerla posible. Fue una época de tantos
estímulos formidables, que siempre resultará grato revivirlos en la memoria.
Recuerdo que había muchos niños en todas partes; que a
todas horas estábamos jugando, sobre todo en la calle. Que imaginábamos muchas
historias a partir de esas series fantásticas que veíamos en la televisión, como
Los Magníficos o El Gran Héroe Americano. Que compartíamos mucho con los
vecinos del barrio, sabíamos quiénes eran, entrábamos a sus casas cuando queríamos
y todos ellos tenían dos o más hijos, con quienes pasábamos jugando a la pelota
o andando en bicicleta.
Había en el país –no sé si en el resto del mundo- una preocupación
especial por los niños, como el centro de todo. Las decisiones se tomaban en
base a ellos y las parejas se proyectaban siempre desde la fecundidad. No era
una cosa de esa generación solamente, sino de varias antes, que venían en la
misma frecuencia. ¿Habrá sido la última la de nuestros padres (los abuelos de
hoy)?
En el ahora, y muy legítimamente, muchos han ido tomando la
decisión de postergar la llegada de los hijos o, simplemente, anularla dentro
de su planificación. Es cuestión de los tiempos y las necesidades-deseos de
estos años. Nada tiene de “malo” o de “bueno” esta tendencia, más bien se ha
convertido en un elemento más dentro de un escenario nuevo, en que los llamados
“millenials” se han convertido lógicamente en protagonistas, por ser la fuerza de
trabajo e ideas más joven y energética.
¿Qué ha pasado con los niños? Me parece que por una razón o
por otra, han pasado a un lugar secundario y hasta terciario de la vida en
sociedad. De alguna manera, se ha instalado un discurso cada vez más popular
que los posiciona como un “problema”, más que una “alegría”; más como una “dificultad”,
y menos como una “oportunidad”.
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Con espanto vi el otro día una “noticia” multiplicada por
los medios bajo el mismo título perverso de “Niño diabólico interrumpe vuelo
comercial”. ¿De qué manera un niño puede
ser calificado así? ¿Por haberse comportado de manera inadecuada en un contexto
supuestamente “adulto”? Todos, en algún momento de nuestro desarrollo, hicimos
alguna escena similar. Todos, alguna vez fuimos niños. ¿Por qué lo hemos
olvidado?
Veo mensajes en redes que rechazan la presencia de niños no
solo en vuelos, sino en reuniones sociales. Personas que se quejan del hijo/a
de no sé quién, que está “en una etapa difícil”, “que está insoportable”.
Personas que plantean la posibilidad de “vuelos o viajes sin niños”, jóvenes
que con espanto, me ven paseando junto a nuestros mellizos de tres meses,
mientras piensan qué tipo de patología tengo que decidí tener tantos niños…
Es un mundo diferente, en que las grandes jugueterías se
encuentran en crisis. Leo que “Toys R Us”, la cadena estadounidense, cerrará
todas sus tiendas y todos se preguntan el por qué. ¿Mi hipótesis? Los juguetes siguen
teniendo los mismos destinatarios: mi generación, la que supera los 35 años. Los
niños de hoy, salvo estímulos particulares de padres que están muy cerca de
ellos, se sienten de manera natural más atraídos por cuestiones ligadas a la tecnología:
celulares, tablets, consolas.
Era un mundo de niños y ahora lo es más de adultos, porque
todo cambia, y la sociedad cambió. Nosotros cambiamos. Nos volvimos más
cerrados e individualistas. Nos empezó a gustar mucho el tratar con los demás
lo justo y necesario. Empezamos a centrarnos más en el espejo en vez de la ventana.
Y más allá de tener o no tener niños, que es una disyuntiva
respetable desde todo punto de vista, dejamos de pensar tanto en ellos y en lo
que necesitan para crecer, aprender y desarrollarse de manera saludable y con
esperanza. En otras palabras, quizá un tanto más dramáticas: en cierto punto,
dejamos de pensar voluntariamente en el futuro.
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