lunes, 22 de agosto de 2016

Noventa y Uno: ¿Déficit Atencional o Déficit Parental?

Hace tiempo que no me llevaba una sorpresa grande, conversando con otros padres. Fue en una reunión laboral, sobre políticas de prevención de drogas y alcohol en el trabajo. Claro, es un tema que da para mucho, y desde el eje de la charla, salieron diversas aristas, respecto a las diferentes adicciones que podemos llegar a tener los adultos. Entre ellas, a los medicamentos con características de “sicotrópico”.

Conversando y conversando, una de las asistentes planteó que este punto, en particular, no solo toca a los adultos, sino también a los niños, dada la tendencia actual de los colegios (según ella), de resolver cualquier situación considerada “anómala” en el comportamiento de los niños, a través de medicamentos (la mayoría de ellos, potenciales generadores de “dependencia”).

Quedé estupefacto. ¿De verdad es esto una tendencia? ¿Por qué no hemos hecho nada para cambiar esta situación? La conversación continuó con quejas y más quejas sobre este tema, con frases como “los colegios ya no son capaces de resolver nada” o “los profesores ya no aceptan a ningún niño que salga de cierto estándar de comportamiento”. Bueno, pregunté yo, “¿Por qué no los cambian de colegio? Si a mí me sugieran medicar a Darío, lo sacaría de inmediato de ese lugar”.

Las dos mamás que abordaron este tema me quedaron mirando con rostro extrañado y, casi al mismo tiempo, me dijeron: “Porque en todos los colegios es lo mismo”. Entendiendo que el motivo de la reunión era otro, decidí no prolongar el debate más allá de esa conclusión tan radical que, de ser verdad, yo desconocía. Y decidí plantearla acá, como una inquietud para compartir y socializar.

Estimados papás y mamás: no creo ser el dueño de la verdad absoluta (con respecto a ningún tema), pero me da la impresión de que, si hay un porcentaje de nosotros que estamos dejando que nuestros hijos se “droguen” periódicamente, algo estamos haciendo mal. Y muy mal. No solo como padres, sino también como educadores; como administradores de un sistema educativo y, por cierto, también como país.

¿En qué momento un niño inquieto se convirtió en un problema para los adultos? Como profesor, solo puedo decir que me avergüenza que un sistema supuestamente educacional valide acciones “correctivas” y “médicas” para un niño que, simplemente, hace lo que los niños hacen: moverse.  Y peor aún, que exista un porcentaje de padres que normalicen estas recomendaciones, asumiéndolo como una cuestión común y generalizada.

¿Qué razones llevan a madres y padres a aceptar una realidad ficticia como ésta? ¿Por qué ceder sin condiciones a una exigencia unilateral sostenida por argumentos completamente cuestionables?
Lamentablemente, debo decir que muchos papás han puesto tanta confianza, tanta fe en el nombre, prestigio y “marca” de un colegio, que son capaces de perdonarles todo, con tal de que sus niños sigan ahí. Muchos sueñan con colegios “de alcurnia” para su descendencia y postulan con un par de años de anticipación para poder ser parte de ese mundo que representa la posibilidad de un “roce diferente” y una presunta “opción de ascender en la escala social”. Y en ese afán, están dispuestos a renunciar a todo.

Niños tristes; niños agotados; niños enfermos; niños con tratamiento…Pero con padres felices por el logro de sus pequeños estén donde ellos querían que estuvieran. Un escenario perverso, todavía muy silenciado, del que existen varios responsables y cómplices, pero un solo culpable: nosotros, pues somos los que tomamos las decisiones con respecto a nuestros hijos.


Si nos pusiéramos todos de acuerdo, y ninguno de nosotros aceptara que el director, profesor, orientador o psicólogo del colegio nos pidiera medicar a nuestros niños, ¿Podrían ellos seguir profundizando en dichas prácticas? ¿Por qué estamos dejando que ellos hagan, o puedan hacer, lo que estiman conveniente? ¿En qué momento dejamos de hacer nuestro “trabajo de papás”, para convertirnos en meros observadores?

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