viernes, 14 de junio de 2013

Sesenta y Cuatro: El Día del Padre

Las madres son expertas integrales en su labor y está bien que así sea. Saben qué hacer en los casos más extremos y más aún, son capaces de anticipar posibles problemas o dificultades respecto de sus hijos y darse maña para no perder de vista a su pareja (aunque está claro con quien acudirán en caso de priorizar)

Su regazo nos recibe sin condiciones cada vez que nos sentimos abatidos, o cuando simplemente, requerimos que nos mimen con el plato de comida que más nos gusta, o con esa frase que huele a “mentira blanca”, para darnos a entender que todo está bien. O que todo mejorará.

La paternidad, a la luz de la descripción anterior, asoma como algo bastante más caótico e intuitivo. Eso, por lo menos, desde mi humilde experiencia de cuatro años en este “trabajo”.

Creo que sigo buscando una “identidad” paternal, frente a Darío. Y así como adherí a cierto estilo el primer o segundo año de su vida, hoy busco nueva maneras de vincularme con él, y adivinar la manera en cómo me ve dentro de nuestra casa…¿Soy la autoridad, como lo fue mi viejo? ¿Soy el que acoge y la Andrea es la “policía”? ¿Soy un amigo…un compañero de juegos?

Puede que nuestra presencia y aporte de padres no sean tan visibles ante la opinión y tradición pública. Pero no es menos cierto que cada vez que se acerca un nuevo día del padre, caemos en la cuenta de lo especial que es la relación que hemos establecido con nuestro progenitor; de cómo gran parte de lo que somos tiene que ver con lo que ellos nos entregaron (muchas veces, indirectamente) y cómo pasaron para nosotros de ser héroes con grandes poderes, a personas de carne y hueso, capaces de tomar grandes decisiones. Trascendentales decisiones.

Me cuesta ver muchas cosas que el ojo femenino logra apreciar milimétricamente. Principalmente, eso que llamamos el ahora…la realidad tangible. Como papá, estoy más pendiente de soñar, de alucinar con las posibilidades de aprendizaje que están al alcance de Darío, de visualizar todo lo que lo está a su alcance, en términos de influencia.

Espero no estarles confundiendo. No es mi idea de padre pensar en Darío en una vía para satisfacer mis propias ilusiones truncadas (aunque el ego nos empuje permanentemente hacia ello). En realidad, me hago cargo de una vieja frase que leí alguna vez, y que me identifica plenamente en esta búsqueda: la mente de Darío no es un recipiente para llenar, sino una lámpara para iluminar…


Hoy siento que cambié todas esas ilusiones iniciales, por una sola ilusión: la de que logre ser una gran persona (bajo su propio análisis!!) y que en ese camino mi recompensa sea la emoción. ¡Porque desde que soy esposo y padre, a esa emoción permanente, le llamo “vida”!

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