miércoles, 18 de abril de 2012

Cincuenta: Espontáneamente Inconsecuente

La infinidad de decisiones consecutivas que trae consigo la crianza de un hijo, nos pone en aprietos todos los días. Ello porque, íntimamente, deseamos mantener cierta "línea" en nuestras acciones, una coherencia que nos permita guiar de buena manera las acciones siguientes, y las subsiguientes y así, sucesivamente.
Pero eso no siempre es posible. De hecho, pasa más que nos "pisamos la cola" antes de encontrar ese marco de acción tan anhelado.
Y nos complicamos más de la cuenta, sencillamente, porque hemos instalado en nuestra mente la idea de "consecuencia" como algo sublime, digno de admiración y, prácticamente, intransable.
Debo decir que sigo aprendiendo de Darío. Despojado de cualquier tipo de paradigma, él fluye con el mundo de manera natural y vive cada minuto desde la inconsecuencia más absoluta.
Y si en algún momento grita y patalea por poner una película en su DVD portátil (que espero soporte todo el año su manejo, algo “rudo”), puede que a los dos minutos abra la tapa y saque el disco, porque sus ganas parece que no eran tantas.
Más evidente aún, ahora que está en un nuevo Jardín (y lleva 3 semanas), cada mañana llora y patalea, por si logra conmover mi corazón de piedra y me lo llevo donde su abuela. Por supuesto,   aquello no ocurre, me retiro rápidamente del lugar y, a los dos minutos, sale la “Tía” y desde la puerta nos hace una seña de que todo está bien. Porque, a fin de cuentas, todos los días nos enteramos de que lo pasó increíble, que participó en las actividades y que está muy bien adaptado.
¿Es un delito la inconsecuencia? Creo que no. Y así como en otro episodio he defendido la actitud ética, como ejemplo para nuestros hijos, también quiero defender el derecho que tenemos de cambiar de opinión. De pelear con todo el fervor por una causa, en alguna etapa de nuestra vida pero, más adelante, mirar las cosas a través de un nuevo prisma.
Hace unos días lo conversaba con un gran amigo del trabajo. Y, a propósito de algunas posiciones frente a la contingencia, me decía: “Yo soy inconsecuente y no me molesta reconocerlo. Muy por el contrario, refleja mi capacidad de comprensión respecto de las cosas. Cambiar es parte de la vida”. Y pensé que no podía estar más en lo cierto, recordando todas esas veces en que me había sentido culpable por haber cambiado mi visión respecto de tal o cual tema.
Ni culpas, ni juicios apresurados respecto de cómo los demás modifican sus posiciones. Ambas opciones son perversas, en cuanto se despegan de un contexto en el que yacen los mejores argumentos para nuestras decisiones. Hace rato lo decía Ortega y Gasset: ”uno y su circunstancia”…

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