viernes, 3 de junio de 2011

Quince: ¿Te das cuenta?

Sí, como la hermosa y descarnada canción de los Flaming Lips (“Do you realize?”), a veces me doy cuenta de muchas cosas inevitables. Y es igualmente inevitable detenerse a pensar en ellas, más todavía cuando la sensación es que el tiempo corre veloz e inclemente. Y que cada noche, junto con mis escasos minutos de lectura, vuelvo sobre ellas mentalmente. Y me torturo, a veces, al analizar qué hice o dejé de hacer entre las 7 AM y las 7 PM, para que ocurriera todo lo que contienen mis expectativas.

Un hijo subvierte todo tipo de jerarquías. Y ante esas jornadas extenuantes en que tuvimos que poner mucho más de manos que de corteza cerebral; en que –agotados- solamente pensamos en ¿cuándo nos ganaremos el Loto, para dejar la maldita rutina de casa-trabajo-casa…los hijos nos devuelven el alma al cuerpo, con un efecto superior al de un café con Coca Cola (lectores de mi generación, recordarán ese cóctel…lectores jóvenes, piensen en una bebida “energética”). Por lo menos, en mi caso, recibo su abrazo, un sencillo y gritado “papá” (aún no pasamos al resto del léxico) y, junto con ello, la oportunidad de darme cuenta (como lo hacen los maravillosos Flaming) de la fragilidad de todo lo que nos rodea. O todo eso que nosotros hemos construido para que nos rodee.

No trabajo en Master Card, pero reconozco que el buen éxito de su mensaje comercial está basado en esa fragilidad. En comprender (sin demasiadas complicaciones) que somos pasajeros y víctimas del accidente (al mismo tiempo), lo que nos obliga a decidir, cada minuto, cómo queremos que sea el siguiente. ¿Cómo no estresarnos, si paralelamente, debemos cumplir la cotidianidad que nos permite solventar nuestras necesidades, pero también nos limita?

“Darse cuenta” es dejar de mirar por la ventanilla del vagón y disfrutar de lo que hay dentro. Y no me refiero precisamente a las comodidades o lujos, sino a las personas. ¡Cuántas veces los que ya eran padres, en alguna conversación casual me dijeron: “Disfruta a Darío, crecen muy rápido”…! De repente, te aburría escucharlo una y otra vez, hasta que te das cuenta de que es el mejor ejercicio para no olvidar.

Desde mi experiencia, no hay mejor cafeína que la conciencia. Eso de no perder de vista lo que está ocurriendo, de sacarle provecho y luego atesorar esa riqueza en algún lugar del “disco duro”. Y, de esta forma, luego de haber pasado a buscar a Darío a casa de su abuela; de llevarlo a la nuestra; darle de cenar; jugar con él; bañarlo, secarlo y ponerle pijama, para luego esperar que se duerma…¡todavía quedan cosas por hacer y disfrutar!

Originalidad e innovación, sobra (¡utilicé tanto el cansancio como excusa!). En esos breves minutos, tomo un libro y me sumerjo en alguna historia de Verne; enciendo la TV y veo el basket o alguna serie de media hora; o, últimamente, voy a la cocina y me pongo a preparar algo (sí, me relaja)…todo, por supuesto, junto a la Andrea que, durante esos minutos, va lentamente siendo vencida por el sueño, me abraza, hasta despedirse de mí con una frase que refleja la sencillez de nuestra felicidad: “Ésta es la mejor hora del día”.


(será hasta el viernes 10.06.11)

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