viernes, 11 de marzo de 2011

Tres: Poder no es querer

Mi madre tiene siete hermanos. Mi padre tiene cuatro.  Y no ocurrió así porque mis abuelos pertenecieran a algún culto, o no tuvieran nada mejor que hacer (de todas formas en su época no tenían Internet, cable o, siquiera, TV). Al parecer, en esos años, las decisiones del tipo "agrandemos la familia" eran más sencillas, más viscerales y menos planificadas.
Por cierto, las mujeres tenían otro rol en la sociedad. El 90% (si es que no más) estaba disponible y deseosa de convertirse en una amante y querendona dueña de casa, mientras su marido se encargaba del rol de proveedor. En la etapa previa a la decisión de ser padres, no existía el debate o el planteamiento de alternativas. Todo, simplemente, ocurría.
Las mujeres de entonces no eran ni más, ni menos felices. Su contexto de vida era radicalmente distinto al de hoy, donde esperan mucho más para sí, en cuanto a su desarrollo como personas (estudiar → profesión → trabajo), lo que hoy consideramos natural, sano y justo. El rol de la mujer contemporánea en el mundo ha sido un logro cuyos costos todavía el género sigue pagando y, desafortunadamente, se trata de una batalla aún en proceso (que de todas formas debe darse, ojalá con los mejores éxitos).
Sin embargo, el nuevo escenario ha endosado a nosotros, los hombres, grandes responsabilidades, que estamos recién en camino de asumir a cabalidad (comenzando con el nuevo rol de padre). Y, además, nos ha puesto en situaciones que nuestros padres o abuelos no vivieron y, por tanto, no comprenden.
Así como en (Dos) mencioné la relevancia del equilibrio en la relación fertilidad/tiempo como condición para una pareja joven que busca descendencia;  existe un problema adicional, anterior y mucho más complejo de resolver: ¿Está dispuesta mi mujer/pareja a tener un hijo?
Claro, si hubiese sido por mí, mi paternidad habría ocurrido un par de años luego de mi “upgrade” biológico. No contaba con que la primera vez que planteara mi deseo a mi pareja, más o menos, 10 años después, ella me diría: “¿Tú crees que para mí es muy sencillo tomar esa decisión?”. Afortunadamente no contesté lo que uds. esperaban (y que habría respondido la mayoría de mis congéneres). Muy por el contrario, intuí que debía ser astuto, casi un estratega, para lograr vencer esa barrera. Guardé silencio, escuché, pero sobre todas las cosas, esperé.
No había considerado, eso sí, con los innumerables obstáculos del camino: a) Las escasas amigas y familiares con hijos y sus frases del tipo “galla, el parto es horrible”; “estuve a dieta todo el embarazo”; “este rollo nunca más me lo quité”; “mira cómo me quedaron las pechugas”…b) La nueva hornada de docurrealitys televisivos con partos televisados sin censura y el sufrimiento en primer plano (gracias la “ayuda”, Home&Health)…c) El miedo natural a lo desconocido (y que madres de antaño sintieron, pero no tuvieron derecho a expresar)…
Ya saben que me fue bien con la estrategia (el nombre de este Blog me delata), pero quizá les interesa saber qué pasó en el camino…

(Será hasta el 18.03.11)

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