viernes, 4 de marzo de 2011

Dos: Ya no hay tiempo

El pequeño Darío (…no me juzguen, fue un nombre consensuado…), les contaba en la entrega anterior, nació tras un año de intentos, justo en momentos en que comenzaba a forjarse incipientemente una crisis entre mi mujer y yo por el tema.

En mí, el deseo de procrear se había convertido en obsesión, al punto de mirar con envidia a parejas que inesperadamente  recibían un hijo; y con verdadero odio, a aquellas madres que en el noticiario, aparecían dejando a sus bebés abandonados a las puertas de una casa desconocida.

Finalmente, Andrea se embarazó y descubrimos una verdad que nadie te dice: para ser padres, hay que hacer la “pega”…

¿Qué quiero decir con esto? El embarazo, como hecho biológico,  no es consecuencia del amor, sino de una serie de coincidencias físicas, concretas, que deben darse para que ocurra. ¿Parezco profesor? Bueno, la idea es que el lector que llegue a enfrentarse a esta circunstancia lo haga de la mejor manera: si ya está dispuesto a intentarlo, hay que “concretar” (muchas veces, sin ganas); hay que hacerlo de manera “integral” (no inconclusa, se entiende);  y hay que hacerlo en las fechas adecuadas, la mayor cantidad de veces posible. Por no hacer las cosas bien, una pareja puede terminar sufriendo por las puras…

El aspecto “fechas y cantidad” debe ser el más complejo bajo las actuales condiciones. El vértigo de la vida actual -no estoy contando algo nuevo- obliga a capacitarse de manera profunda en el ítem Administración del Tiempo. Si no nos encontramos como pareja salvo al despertar (a veces, ni eso), ¿cómo podremos hacer posible un embarazo?

El tiempo ahora vale mucho más que oro. Y la gente lo sabe. Como consecuencia de esta visión, embarazo y niños son vistos como una limitante para el libre desarrollo de deseos y sueños. O dicho en términos más sencillos: representan el final del “recreo”. Con ánimo descriptivo, más que inquisidor, me atrevería a decir que casarse (convivir, en definitiva) es hoy una opción tomada por quienes desean compartir un espacio, más que una forma de vivir.

Es así como, de manera cada vez más frecuente, nos encontramos con parejas que hablan de “mantener los espacios propios” (amigos, salidas, etc.); que toman vacaciones por separado; que rápidamente adquieren dos autos (para no depender el uno del otro).  ¿Libertad desatada? ¿Un nuevo concepto de la vida en común? Sea la razón que sea, ha impactado en la natalidad, haciendo un Chile más viejo, como la mayoría de los países europeos. Y en la práctica, quienes decidimos embarcarnos en esta aventura, nos hallamos cada vez más solos, aprendiendo de los errores propios, más que de nuestros pares…y bueno, también de nuestros padres, cuya voz siempre es digna de ser escuchada, aunque algunas veces esté teñida de una alta dosis de infalibilidad…

(...seguimos el 11.03.11...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario