martes, 9 de abril de 2013

Setenta: Yo "Cuedo"


Me encanta que mi hijo tenga la convicción de siempre estar capacitado para hacer las cosas. Como no conoce los alcances del desafío que tiene por delante (y que llama tanto su atención), se aventura con su frase favorita de estos días, "yo cuedo" y comienza a experimentar. Como si conociera ese viejo refrán, "echando a perder se aprende".

Lo paradójico, es que transcurridos algunos instantes -y si sus esfuerzos son infructuosos- lanza la segunda más popular de su repertorio de frases: "papi, ayúdeme".

No heredó mi paciencia, la verdad, pero eso lo hace más increíble para mí. En su ansiedad, veo los gestos y reacciones de la Andrea, y me fascina que ese traspaso generacional se haya dado tan natural, tan lógico. Y, sobre todo, que aún así distingamos en él un estilo particular. Uno muy definido.

Es motivante para mí ver que no considera la existencia de imposibles y, al mismo tiempo, es decepcionante el autoanálisis sobre mi propio comportamiento frente a las cosas que hoy enfrento. ¡Cómo me ahogo con vasos de agua, sin siquiera dar oportunidad a la generación de soluciones! ¡Cómo derrumbo mis sueños, cuando apenas los acabo de construir!

La seguridad del mundo conocido es agobiante, sin duda. Pero tan cómoda, que no damos oportunidad a un cambio de camino; preferimos los sabores de siempre y nos da mucho miedo inventar algo nuevo.

Para Darío todo lo desconocido es ocasión de pasarlo bien. Salvo que yo le indique que algo tiene un carácter “peligroso”. En ese caso, él observa con atención si dicha descripción le hace sentido, y si esto es así, la incorpora dentro de su visión de mundo en plena formación. Hoy, por ejemplo, en las grandes tiendas de retail ve una de las escaleras que usan los reponedores, me mira, y me dice: “papi, la escalera es muy peligrosa”.

En estos días, el “yo cuedo” sigue siendo la gasolina de su motor y lo es también del mío. Ya no me precipito como antes para protegerlo frente a lo que creo, puede complicarlo. Si el contexto lo permite, lo vigilo para monitorear su reacción y ayudarlo, si llega a necesitarlo.

¿Y yo? Bueno, he incorporado la frase a mi discurso cotidiano, como un bálsamo cuando las piernas ya comienzan a acalambrarse, o la cabeza duele de tantas horas frente a una pantalla. Pero no solo eso: gracias a Darío y su declaración habitual y sencilla de poder, hoy estoy dándole una nueva oportunidad a mis sueños. Recuperando promesas que pensé que había guardado para siempre.

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