viernes, 4 de noviembre de 2011

Treinta y Seis: El Placer de Viajar, Segunda Parte

Todos los días me llega una oferta nueva de agencia de viajes. Estamos ad portas de una nueva temporada de vacaciones y la promoción con imágenes de paraísos caribeños raya en la crueldad.

Mientras "disfruto" del implacable calor de la capital, y miro la pantalla del computador de mi oficina, pienso en cuántos de estos lugares son realmente lo que parecen y cuántos de ellos son los que llegare a conocer.
Ya lo comentaba en la entrega anterior: no estamos solos. Y el 90% de los destinos que se ofrece no apuntan precisamente al target "pareja joven con hijos menores de 4 años". Apuntan derechamente a un segmento que maneja sus tiempos con libertad, que es capaz de darse gustos y que lo que más busca son experiencias, no tranquilidad.
De repente me dan ganas de comprar un par de pasajes, sorprender a la Andrea y mandarnos cambiar, mientras mi madre cuida a Darío. Pensar en las consecuencias de un arrojo de tal magnitud, no solo me detiene, sino que me pone la piel de gallina.
Esperar. Rima con viajar, por cierto, pero es un verbo que se conjuga de una manera bastante distinta. Lo hacemos desde un plano racional, en que aceptamos las condiciones expuestas, logrando disfrutarlas tanto o mejor que si fuesen distintas.

Con esto, queda la mesa servida para la próxima entrega. Que distancia existe entre la aceptación y la conformidad? O son lo mismo, pero cambiamos las palabras para sentirnos menos culpables? O son realmente opuestos, pues se puede ser feliz con lo que aceptamos (¿no así al revés?)
De momento, a planear vacaciones bajo un marco definido: ni tan lejos, ni tan cerca; con comodidades (no camping, por el momento) y tampoco por tanto tiempo. A preparar la cámara y capturar la historia que estamos por escribir y que comentaremos en 20 años más, para el enfado de Darío y la dulce repetición de un ciclo. El de la vida.

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