martes, 4 de octubre de 2011

Treinta y Dos: ¿Dónde Estoy?

Darío debe seguir llorando en este momento. Hace unos minutos lo he vuelto a dejar en su Jardín, en un periodo en que comienza a acostumbrarse a un nuevo escenario matutino.

¿Puede haber una reacción más natural que llorar?...Te sacan de la seguridad del hogar; te alejan de los que quieres; te hacen compartir con personas que no conoces (y que ni te interesa conocer)...
Parte de las competencias más relevantes en el mundo de hoy, tienen que ver precisamente con la capacidad de adaptarnos y, especialmente, actuar de la mejor manera en momentos de crisis. Pero aun cuando pasen los años, hay circunstancias que nos sorprenden, nos emocionan y nos duelen. Es inevitable.

La lección que aprendemos en el Jardín (o en el primer día de clases de la escuela) es, claramente, "no puedes controlarlo todo". O mejor todavía, “siempre que creas que tienes todo bajo control, habrá algo que te demuestre lo contrario”.
Hay personas que colapsan, incluso, cuando deben cambiarse de lugar dentro del mismo piso de sus oficinas (lo he visto estos últimos meses, de cerca, en mi trabajo) mientras que, para otros, el cambio debe ser demasiado radical, como para que logre sacarlos de sus objetivos.

Todo cambio conlleva desafíos (no son “buenos” en sí mismos, como suelen decir algunos “motivadores”).  En el esfuerzo por sobreponernos y regresar a nuestros estados de equilibrio es que aprendemos de manera más directa. Es lo que llamamos experiencia y, más específicamente, conocimiento. Un intangible que ha desplazado hace rato a la “información”, como capital más importante para cualquier organización.

No lloré, ni tuve ganas de hacerlo. Tampoco me angustié. La profesora me quitó al pequeño de los brazos y me dijo “mientras más rápido se vaya, mejor”. Y eso fue lo que hice, no sin antes escribir un mensaje con detalles a considerar, para pegarlo en la mochila de mi hijo.

La Andrea, sin haber estado en ese momento, lo ha pasado peor que yo esta mañana. Traté de contarle lo mínimo posible. De hecho, ni siquiera la llamé, sino que esperé a que ella lo hiciera. Pero mis palabras estuvieron muy lejos de tranquilizarla.

“Le va a hacer bien”, dicen los papás amigos cuando les contamos de este paso en la vida de Darío. Y hoy, como que me da la impresión de que el argumento es real, porque pondrá a nuestro pequeño en un contexto mucho más ideal que el cotidiano, solamente con adultos. Y, sobre todo, porque lo pondrá en una situación abismante, dificultosa, de la que estoy seguro saldrá airoso. Como muchas veces durante su vida.

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