viernes, 30 de mayo de 2014

Setenta y Cinco: Silencio de Hombre

Puede que no compartan esta visión conmigo, pero me da la impresión de que –casi como una tendencia histórica- los hombres no hablamos tanto de lo que nos pasa con los hijos, como sí lo hacen las mujeres.

Y no tiene que ver con el rol secundario (o bajo perfil) que asumimos durante el proceso de embarazo y crianza temprana. Ese papel que –pienso- debemos asumir con orgullo y pasión, sin perder de vista que una madre (por razones biológicas) siempre será el centro.

Desde mi punto de vista, este “Silencio de Hombre”, tiene que ver con nuestra masculinidad y los paradigmas que hemos albergado en ella desde pequeños. Con eso de no mostrar demasiado de lo que sentimos; de permanecer siempre estoicos; de cuidar nuestro territorio de “machos puros”.

También hay algo de temor a lo desconocido. Y es que nuestros padres, pertenecientes a otra generación (el mío cumplirá 66 este año), jamás nos hablaron desde la emoción, sobre lo que significaba el espacio que habían abierto en sus corazones desde nuestra presencia.

Este blog, y su libro derivado, surgieron desde la energía incontenible de la paternidad, y la inexistencia de filtros que me impidieran compartir lo vivido con la parte del mundo que quisiera escucharme. No quería escribir manuales que recopilaran “tips” en el cuidado de un bebé, sino escribir desde la experiencia. La pura y simple primera experiencia con un mundo del que no tenía más que referencias.

Hasta acá, creo que ha funcionado bien…por lo menos, historias no han faltado. Alguien me preguntó, cuando el blog recién tenía un mes, si había material suficiente para mantenerlo….Recuerdo que le dije: “Después de ser padres, ya no dejamos de serlo”. Y como dicen: “Hijos pequeños, problemas pequeños; hijos grandes, problemas grandes”…

El refrán es una caricatura, por cierto. En la práctica, cada nuevo desafío se asemeja mucho a un Everest o un Ojos del Salado…porque la solución surge desde contextos diferentes, desde estadios de aprendizaje que no son estáticos.

No me cabe duda que cada vez hay menos “Silencios de Hombre”. Y pienso que es bueno que así sea. Si en algo he aportado estos años, a ese lento cambio, genial.


Creo que para ser papá, definitiva y literalmente, hacen falta “huevos”.

viernes, 16 de mayo de 2014

Setenta y Cuatro: CINCO

“No puedo detener el tiempo que se escapa entre mis dedos…frágiles”, escribí una vez en una de las canciones favoritas de mi banda. Hace una eternidad que no vuelvo a tomar la guitarra para algo en serio como componer o ensayar con otros músicos aficionados. Sin embargo, ahí está esa melodía, y esa letra, que no pierde vigencia en mi vida.

Puede que ahora entienda mucho mejor lo que quise decir con esa frase. Es una real paradoja que hace mucho tiempo que el tiempo ocupe mi tiempo. Durante una época, incluso, reconozco que lo pasé mal, pensando en la finitud de todo lo que nos rodea. No me conformaba con eso, quería retenerlo al costo que fuese. Pero inevitablemente, limitaba con la “fragilidad de mis dedos”.

El esfuerzo por contener la historia, nuestra historia…no debe ser infructuoso, aunque nos lo parezca. No podemos detener el tiempo, es verdad, pero sí podemos elegir qué hacer con él. A pocos días del quinto cumpleaños de Darío, la evaluación de mis decisiones me deja tranquilo y feliz.

En cinco años aprendí mucho más que en los primeros treinta y uno. Aprendí mucho más de mis errores; de mis prejuicios; de mi comportamiento, tantas veces absurdo. Aprendí que mis opiniones nunca son definitivas; que la inconsecuencia no es sino la oportunidad de crecer y dejar atrás una etapa.

La paternidad me hizo hombre, en todo el sentido de la palabra. Me volvió capaz de comprender que detrás de cada palabra hay una intención. Y que cada rostro oculta siempre un sueño.

Hoy me siento capaz de derribar cualquier tipo de límites. Y me he encargado de demostrarlo con hechos, jugándomela por lo que parecía imposible. Aun cuando el porcentaje de logros no sea del 100%.

Tus ojos están siempre sobre mí, recordándome que soy tu héroe personal, y que no hay nada que pueda detenerme. Ni siquiera un reloj en mi muñeca, o un calendario pegado en la pared de nuestra cocina, Cada uno de mis esfuerzos ha buscado estar a la altura de lo que soy para ti.


Cinco años para festejar, mas no para lamentarse. Cinco años para decir: qué rápido que pasa el tiempo, cuando lo vives intensamente. Cuando no hay pendientes. Cuando estás feliz de haberlo entregado todo.

viernes, 25 de abril de 2014

Setenta y Tres: Enseñar el Dolor

Este año ha sido de tragedias en Chile. Un terremoto en Iquique y un incendio en Valparaíso, nos han recordado de forma muy elocuente, la fragilidad de mucho de lo que nos rodea. Y mucho de lo que damos por seguro, desde la comodidad de nuestra cama o sillón.

Como creo firmemente en la posibilidad de hacer una lectura positiva de cualquier cosa, por trágica que sea, me gustaría decir: ¿Qué mejor oportunidad de recordar que no estamos solos, que al lado de nuestras preocupaciones muchas veces superficiales, hay personas que lo están pasando mal?

Para mí, en particular, se trata de devolver mucho de la felicidad obtenida hasta acá. Y, por cierto, de mantener una conciencia permanente respecto de lo que ocurre a nuestro alrededor, una que nos permita ir moldeando una felicidad propia que sea completa.

Con Darío vimos imágenes de dolor en televisión. Gente que lo había perdido todo…años de esfuerzo para levantar sus casas y pertenencias, que se fueron junto al sismo o el fuego. Muy interesado, comenzó a hacerme preguntas: ¿Qué les pasó? ¿Por qué están tristes? La Andrea, desde la otra pieza, me dijo en un momento: “Que no vea más eso…”.

Tras explicarle a mi hijo lo que pasaba en los lugares que aparecían en pantalla, le propuse que fuéramos al supermercado para preparar una caja de ayuda para Valparaíso, a lo que respondió: “Muy bien, papá, no quiero que las gentes estén tristes. Todos tenemos que estar felices”.

Juntos, armamos un par de cajas con un poco de todo. Pero, especialmente, con harto, harto, cariño. Invitamos a mamá para que nos acompañara y los tres fuimos en el auto a entregar nuestro aporte a un Centro de Recepción de la ayuda. ¡Nos sentimos enormes, gigantes! Y nos tomamos algunas fotos, para compartir y contagiar por Twitter y Facebook nuestro entusiasmo. Para motivar a otros a moverse por una causa que creemos, vale la pena. Y la alegría.

Al día siguiente hicimos uno de nuestros tradicionales recorridos en bus por Santiago (una de las cosas que hace más feliz a mi hijo). Había poca gente, por ser domingo…En el asiento de al lado, una chica lloraba amargamente, con los audífonos puestos. ¿Vendría saliendo de una ruptura sentimental? ¿Habrá perdido algún ser querido? Son tantas las razones por las que podemos sentir dolor…

Me puse a pensar y pensar de qué manera podríamos hacer algo por ella y finalmente, se me ocurrió buscar en la mágica mochila de Darío una caja con pañuelos desechables.

-          “Sabes, le ofreceré uno a esa chiquilla, porque tiene pena”
-          Buena idea, papi…ella está muy triste y tiene que estar feliz…