viernes, 25 de marzo de 2011

Cinco: Abracadabra


Fue en un local de Pizza Hut que Andrea me reveló su secreto. Septiembre, el mes. Yo no estaba para nada bien por entonces, pues el tema de la paternidad pendiente comenzaba a mermar mi fe, mientras todos los caminos llevaban hacia el laboratorio.

Sí, tras el último test negativo, tragué saliva y le dije a la Andreita que era necesario averiguar qué pasaba, probablemente, haciéndonos los exámenes respectivos. Lo dije inocentemente, no sabía que estaba lanzando una bomba de hidrógeno en el medio de nuestra relación…pero así no más fue.

Fueron días de silencio que respeté con sumo cuidado. El llanto derramado me parecía más que suficiente como señal de que el camino iba a ser escabroso. Por mi lado, trataba de convencerme del argumento que sostenía mi idea: quería tener certezas, por malas que fuesen, para buscar soluciones.

Sonaba sencillo, pero jamás estuve preparado para que un profesional de delantal blanco, en la soledad de una consulta médica, me dijese que no podía ser padre. Entendía que era una posibilidad, sabía que estaba ahí, pero no sé si la hubiese enfrentado de la mejor manera. El sueño era tan inmenso, que no me dejaba ver otra cosa.

Quería saber, me angustiaba saber, pues sentía que había otras salidas. Muchas veces hablamos de adoptar con la Andrea, veíamos chicos viviendo en malas condiciones en la calle y nos sentíamos tan capaces de acoger a uno con cariño pero, sobre todo, con la idea de convertirlo en una parte de nosotros, tal como si hubiese llegado a la familia de la manera “tradicional”.

Ya lo relataba en (Dos): hubo que hacer las cosas bien. Y como en una de esas historias garciamarquianas que leí tantas veces de joven, una tarde llamé a mi vieja y le dije: acuérdate de mí esta noche. No solía tener ese tipo de confianza con ella, pero esa suerte de “conciencia colectiva”, o cualquier fuerza intangible que estuviese al alcance podía llegar a ayudarme.

Yo creo que fue esa noche, nadie me lo saca de la cabeza. Será lo sureño de mi sangre, pero creo que hay cosas que uno no tiene por qué entender, pero que simplemente, ocurren…

Todo esto pensaba, casi en un segundo (como cuando dicen: “vi pasar mi vida por delante”), luego de que la Andrea hubiese sacado su celular, y casi distraídamente, me mostrara una foto...la de un test con dos rayitas de color claramente definidas. 

Comenzaba el tiempo de creer.


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