viernes, 11 de octubre de 2013

Setenta y Dos: ¡No más resultados!

Esta semana se rindió en Chile lo que llamamos SIMCE, una prueba que pretende medir la calidad de la educación que se entrega en el país. Una prueba objetiva, de preguntas y respuestas, que espera que sus participantes manejen una cierta cantidad de información, para concluir si se está o no cumpliendo con el programa proyectado.

No es una prueba que incluya ética ni raciocinio filosófico; tampoco capacidad de discernir y tomar decisiones; menos, sobre creencias y dogmas…Desde mi perspectiva, nunca ha sido una prueba lo suficientemente buena como para “medir” integralmente los aprendizajes de un niño. Lo peor de todo es que no a muchos les importa, porque entienden la lógica de la prueba y les parece coherente con la manera en que funciona el mundo hoy. Ven números, y los números son suficientes.

Me he encontrado con muchos papás que sueñan con lugares que sean capaces de hacer que sus niños estén preparados para ese mundo más de indicadores y cumplimientos que de personas (¡y no para cambiarlo!). Que compitan, que luchen, que derroten a otros al conseguir objetivos y sobre todo, que siempre, siempre, obtengan resultados. Un resultado que siempre es sinónimo del primer lugar…como si perder no entregara excelentes lecciones.

“Quiero ponerlo en tal colegio…porque tendrá una red de contactos de lo mejor, tú sabes que ahí van las personas que bla bla bla”…¿Qué esperamos de un colegio? Pareciera que cada vez más, esperamos que haga gran parte de nuestra labor de padres y la de nuestros hijos…Desde mi humilde perspectiva, los “contactos” se hacen en cualquier lugar, los hacen las personas que son buenas, éticas, porque uno siempre quiere hacer algo por ellos (bueno, también lo logran los tramposos, pero estamos de acuerdo que ellos no son felices, ¿no?)

Si el pequeño empieza a “bajar las notas/calificaciones”, la señora lo comenta con su amiga, quien le recomienda al mejor profesor particular, y termina pagando dos “mensualidades” por su educación. En mis tiempos, mi madre se sentaba a mi lado y me preguntaba la materia hasta que ambos quedábamos satisfechos de que ya la había aprendido.

Si tiene 3 años y no habla bien, lo llevan al mejor fonoaudiólogo, para acelerar sus procesos, porque es preocupante que “a estas alturas”, no pronuncie bien ciertas palabras…¡3 años! ¿Será posible que desde tan temprano busquemos traspasarles la ansiedad que hoy nos embarga?

Para mí, la única competencia que debe ganar Darío es consigo mismo. Ni a la Andrea ni a mí nos preocupa que sea “el primero del curso”; ni el campeón deportivo…queremos que sea feliz, que gane a veces y que pierda bastantes (y que aprenda mucho de esas derrotas, en las que estaremos con él)…que conozca la diversidad y esté preocupado de que sus decisiones no afecten a los demás…

En este rato, queremos que Darío juegue, juegue todo lo posible…Llegará un momento en que tendrá que enfrentarse a circunstancias diferentes, pero independiente de lo mucho que falta, esperamos que cuando sea el momento, mire con ojo crítico lo que sucede. Y si así lo cree, se la juegue por cambiarlo…


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